Gonzalo es egresado de administración de turismo. Tiene 27 años. Estaba en Santiago para el 11 de marzo, cuando se vino la pandemia encima. Estaba trabajando para un operador del rubro, llevando turistas a diversos programas dentro y cerca de Santiago, a conocer las principales viñas, los museos, el Palacio de La Moneda, las casas de Pablo Neruda, e incluso se sabía unos poemas como “Farewell” y el “Poema 20” que recitaba a sus clientes. Le iba bien y además, su simpatía y sus servicios, al hablar dos idiomas, le permitían cada mes, duplicar y triplicar sus ingresos a costa de buenas propinas.
A fines de marzo ya se comenzó a preocupar. Su jefe no lo llamaba y empezó a informarse en televisión de que su rubro era uno de los más afectados con la pandemia. Estaba acostumbrado a vivir bien, con su departamento que estaba pagando y su auto. Vivía solo y su pareja cada fin de semana lo acompañaba. Juntos visitaban a sus padres y muchas veces comían afuera sábado y domingo. Lo empezó a complicar más el encierro, que la disminución de ingresos, a pesar de que fue finiquitado el 31 de marzo. Dicha carta, la pegó en el muro de su habitación para motivarse y no olvidar que estaba sin trabajo.
Le iba bien y además, su simpatía y sus servicios, al hablar dos idiomas, le permitían cada mes, duplicar y triplicar sus ingresos a costa de buenas propinas.
Pasó el mes de abril sin ver a sus padres y a su pareja. Ya las primeras semanas de mayo estaba algo angustiado y muy alterado. Esa rabia que comienza a aflorar con la privación de libertad y pérdida de ciertos beneficios asociados a los recursos y al relacionamiento social. Un día, tomó su notebook, que fue parte de su finiquito, y abrió una planilla en blanco para intentar cuantificar y dimensionar su realidad, detallando en forma precisa qué recursos tenía, qué nuevas opciones podía abrir, qué créditos disponibles le quedaban, qué debía pagar con urgencia, qué préstamos no bancarios le habían ofrecido en el último año, qué rubros han sido los menos afectados, qué amigos tenía con trabajo y bien contactados y qué otra actividad podría enfrentar para generar recursos.
Su listado y variables de análisis fueron muchas, pero sus conclusiones fueron pocas. La principal, que debía cambiar de rubro y de rumbo, de lo contrario estaría sin departamento y sin auto en cinco meses más. Triste análisis, pero una decisión que lo salvaría de quebrar como persona. Su conclusión fue acertada, puesto que uno de los rubros que se mantenía en pie y con mucho éxito, era el de la tecnología digital e informática. Todas las empresas tuvieron que saber implementar el teletrabajo, comprando una serie de plataformas, equipos, servidores, seguridad informática, unidades de respaldo de energía, mejorar las redes e internet.
Comenzó comprando una licencia de las más vendidas en el mercado para conectarse con otras personas y posibles clientes: Zoom pro, que permite hasta 100 usuarios conectados sin límite de tiempo. Gonzalo tardó dos semanas en convertirse especialista con los tutoriales de la marca, y comenzó haciendo clases a adultos mayores en el uso de la plataforma. 5.000 pesos por hora y los dejaba con su plataforma propia montada en su computador (la versión Zoom Free con conexión de 40 minutos), y todo en forma remota. Ya en tres semanas tenía por día, a 10 personas enseñándoles.
La principal, que debía cambiar de rubro y de rumbo, de lo contrario estaría sin departamento y sin auto en cinco meses más
Ya en septiembre, Gonzalo logró estabilizarse. Pero no se quedó solo con Zoom y quiso más. Terminó un curso online en desarrollo de software (lenguaje Java y Net) y descubrió que su lógica era un arma potente que nunca había puesto a prueba. Así, actualmente está desarrollando rutinas de un sistema de gestión de turismo para una empresa en Uruguay, le pagan por entrega y se ríe solo. Aunque no pierde la esperanza de que vuelva el turismo a Chile, y así poder trabajar al aire libre, en terreno con la gente. Esto demuestra que las personas podemos reinventarnos, sobre todo los jóvenes que tienen esa fuerza y adaptación al cambio, sin duda más desarrollada que las personas mayores que siempre necesitarán un mayor soporte del Estado.
Así como Gonzalo, las empresas de turismo y otros servicios deben rápidamente evaluar un cambio de dirección y seguramente reinvención de giro u actividad empresarial, partiendo por armar su planilla para optimizar y analizar sus gastos y deudas de corto y mediano plazo, reduciendo al máximo los egresos de recursos y negociando en paralelo con sus empleados y acreedores nuevas formas de relación laboral y plazos de pagos. Cuando una empresa se queda sin flujo de caja para mantener su dañada bicicleta financiera, lo primero que se viene a la mente es la quiebra. Pero antes de acogerse a esta ley o reorganización empresarial, vale la pena intentar salvar nuestra empresa.
Esto demuestra que las personas podemos reinventarnos, sobre todo los jóvenes que tienen esa fuerza y adaptación al cambio, sin duda más desarrollada que las personas mayores que siempre necesitarán un mayor soporte del Estado.
La construcción de cuatro, cinco, seis o más años, tiene un alto valor. Ese tiempo para nuestros acreedores o proveedores que nos evalúan, apoyan y confían, es muy valioso. Siempre se puede partir de nuevo, pero creo que una mejor opción es buscar reinventarse con la misma empresa, aunque ello signifique cambiarse de giro o rubro. Eso es un simple paso en impuestos internos. Solo agregar otro código a nuestra actividad económica, lo que nos podría dar aire para continuar el emprendimiento o empresa. Por lo menos, hasta que vuelva el turismo y los otros servicios que fueron muy golpeados por esta dura pandemia mundial.
>>Por Patricio Fonseca, CEO de Cynersis Chile | Publicado en América Economía